Introducción: El susurro de la oscuridad
Cuando cae la noche en el pequeño pueblo de Montecielo, los árboles del bosque cercano parecen cobrar vida propia. Los lugareños murmuran historias sobre extrañas criaturas que habitan entre las sombras, pero nadie se atreve a adentrarse demasiado en la espesura una vez se oculta el sol.
Una noche de luna llena, tres amigos valientes, Marta, Juan y Carlos, decidieron desafiar las supersticiones y aventurarse en el bosque. Con linternas en mano, adentraron en la penumbra de los árboles, sintiendo cómo la densa vegetación devoraba cualquier destello de luz que intentaban arrojar sobre el suelo.
Nudo: El eco del miedo
A medida que avanzaban, los amigos comenzaron a percibir un susurro inquietante, un murmullo sutil que se deslizaba entre los árboles. Marta sintió un escalofrío recorrerle la espalda, mientras que Juan palideció al reconocer aquel sonido como un eco lejano de un grito humano.
El bosque parecía retorcerse y contorsionarse a su alrededor, emitiendo sombras grotescas que danzaban en la penumbra. Los árboles crujían como huesos resecos, y el aire se cargaba de una pesadez casi tangible. Carlos, el más escéptico del grupo, intentó bromear para disipar la tensión, pero su voz resonó vacía y sin eco en aquel lugar maldito.
De repente, un grito desgarrador rompió el silencio de la noche, haciéndoles detenerse en seco. Marta sintió cómo el miedo le aprisionaba la garganta, mientras Juan y Carlos intercambiaban miradas cargadas de temor. El susurro continuaba, transformándose en un coro de lamentos que parecían arrastrarse desde las profundidades de la tierra.
Desenlace: La sombra en la penumbra
Sin poder contener su curiosidad, los tres amigos se adentraron aún más en el bosque, buscando el origen de aquellos aullidos desgarradores. La luz de sus linternas titilaba con nerviosismo, proyectando sombras ominosas que parecían cobrar vida en cada rincón oscuro.
Finalmente, llegaron a una pequeña clareada donde descubrieron una figura encapuchada de pie en el centro. La figura permanecía quieta, como esperando su llegada, y un escalofrío recorrió la espalda de los intrépidos exploradores. Cuando se acercaron lo suficiente para distinguir rasgos humanos bajo la capucha, la figura alzó lentamente la cabeza, revelando unos ojos vacíos y un rostro pálido como la luna llena.
Un grito gutural surgió de lo más profundo de aquella presencia enigmática, envolviéndolos en una ola de terror indescriptible. Marta, Juan y Carlos retrocedieron instintivamente, pero parecía que el bosque mismo se cerraba a su alrededor, atrapándolos en una danza macabra de sombras y oscuridad.
Y así, en aquel preciso instante, el grito en el bosque se desvaneció, dejando a los tres amigos con el corazón acelerado y la certeza de que habían despertado algo antiguo y maligno en lo más profundo del bosque de Montecielo. Desde entonces, el susurro de la oscuridad acecharía sus sueños, recordándoles que nunca deberían haber desafiado a las criaturas que se esconden entre las sombras.