El Hombre Que No Tiene Rostro

Introducción: El hombre sin rostro

En un desolado pueblo rodeado de antiguos árboles y una densa neblina perpetua, se rumoreaba la existencia de un ser misterioso. Un ser que caminaba entre las sombras, sin rostro, sin identidad alguna. Los lugareños evitaban hablar de él en voz alta, temerosos de atraer su atención. Se decía que aquel que cruzara su camino jamás volvería a ser el mismo, pues el hombre sin rostro tenía el poder de arrebatar la esencia misma de aquellos que osaran mirarlo a los ojos.

Nudo: La sombra en la oscuridad

Una noche oscura y lúgubre, Alejandro, un joven valiente y curioso, escuchó los susurros acerca del hombre sin rostro y decidió adentrarse en el bosque en busca de respuestas. Ignorando las advertencias de los lugareños, se internó en la espesura, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. A medida que avanzaba, la oscuridad se volvía más densa, como si las sombras mismas se cerraran a su alrededor.

De repente, entre los árboles retorcidos, vio una figura indistinta, apenas vislumbrada en la penumbra. Era el hombre sin rostro, erguido y silencioso. Alejandro sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, pero algo en su interior lo impulsó a seguir adelante. Con paso vacilante, se acercó al ser sin rostro y, temblando, le preguntó quién era y qué buscaba en aquel lugar olvidado por Dios.

El hombre sin rostro no emitió sonido alguno, pero Alejandro pudo percibir una presencia helada y amenazante que lo envolvía. Su piel se erizó y sus ojos se abrieron desmesuradamente al darse cuenta de que aquella figura no proyectaba sombra alguna. Sin pensarlo dos veces, intentó retroceder, pero una fuerza invisible lo mantenía paralizado ante el ser sin rostro, cuya presencia parecía absorber la luz misma.

Desenlace: La verdad sepultada

En un último acto de valentía, Alejandro cerró los ojos y pronunció unas palabras en voz baja. Al abrirlos de nuevo, se encontró solo en medio del oscuro bosque. El hombre sin rostro había desaparecido, dejando tras de sí un rastro de miedo y confusión en el corazón del joven intrépido. Temblando, Alejandro regresó al pueblo, donde nadie podía darle una explicación coherente sobre lo que acababa de presenciar.

Con el paso de los días, Alejandro notó cambios en su reflejo en el espejo. Sus rasgos comenzaron a difuminarse, como si una fuerza invisible estuviera borrando su identidad poco a poco. Las noches se volvieron cada vez más angustiosas, plagadas de pesadillas donde el hombre sin rostro lo observaba desde las sombras, acechando su mente y su alma.

Finalmente, una mañana, los lugareños despertaron para descubrir que la casa de Alejandro había desaparecido, como si nunca hubiera existido. Solo quedaba en su lugar un claro en el bosque, un hueco en la realidad que parecía devorar la luz y la esperanza. ¿Qué había ocurrido con Alejandro? ¿Se había convertido en una víctima más del hombre sin rostro, o había descubierto algo más allá de nuestra comprensión?

La historia del hombre sin rostro continuó alimentando las leyendas del pueblo, recordándoles a todos que en lo más profundo de la oscuridad y el misterio yace una verdad insondable, capaz de transformar nuestras vidas para siempre. Una verdad que nos obliga a mirar más allá de las apariencias y confrontar nuestros propios temores, pues quizás, en algún rincón olvidado de nuestra existencia, también nos espera el hombre sin rostro, aguardando pacientemente a que descubramos su secreto.

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