La mirada sin alma
Había una vez un pequeño pueblo rodeado de bosques espesos y enigmáticos, donde se contaban leyendas de seres oscuros que habitaban en lo más profundo de la naturaleza. Entre todas las historias que se susurraban alrededor de fogatas y bajo la luz de la luna llena, una destacaba por su horror y misterio: la leyenda del niño de ojos vacíos.
# La sombra en la oscuridad
En una noche sin luna, cuando el viento soplaba tenebroso entre los árboles y las sombras se alargaban como garras en busca de presa, una madre angustiada llegó a la plaza principal del pueblo. En sus brazos sostenía a su hijo, un pequeño que parecía estar en un estado de trance, con la mirada perdida en el vacío y una palidez que helaba el corazón de quienes lo veían.
Los lugareños se agolparon alrededor de la mujer y su hijo, murmurando entre ellos y lanzando miradas de temor y superstición. Nadie se atrevía a acercarse demasiado al niño, cuyos ojos parecían no reflejar ninguna emoción, ninguna chispa de vida. Algunos aseguraban que aquella mirada era la misma de aquel ser misterioso que habitaba en los bosques, el niño de ojos vacíos.
La madre, desesperada, imploraba ayuda a los presentes, rogando por una explicación o una solución al extraño comportamiento de su hijo. Pero nadie en el pueblo parecía tener respuesta para lo que estaban presenciando. Un escalofrío recorrió la plaza, como si una presencia invisible estuviera observando desde las sombras, acechando con malévola curiosidad.
# El pacto silencioso
Con el pasar de los días, el niño de ojos vacíos se convirtió en motivo de especulaciones y temor en el pueblo. Algunos decían que había hecho un pacto con seres sobrenaturales, intercambiando su alma por algún poder desconocido. Otros afirmaban que había sido poseído por una entidad maligna que lo había convertido en su marioneta.
La madre del niño, consumida por la preocupación y el tormento, decidió recurrir a un anciano ermitaño que vivía en las afueras del pueblo. Se decía que el ermitaño poseía conocimientos arcanos y poderes ocultos que le permitían comunicarse con entidades de otro mundo. Dispuesta a todo por salvar a su hijo, la mujer se aventuró en la oscuridad de la noche hasta la choza del anciano.
El ermitaño la recibió con solemnidad, sus ojos brillando con una sabiduría ancestral que parecía traspasar el velo de la realidad. Tras escuchar la historia del niño de ojos vacíos, el anciano guardó silencio por un largo rato, como si estuviera sopesando una decisión de gran importancia.
Finalmente, con voz grave y profunda, el ermitaño pronunció unas palabras que helaron la sangre de la madre: «El niño de ojos vacíos está ligado a una antigua maldición que se remonta a tiempos olvidados. Solo hay una forma de romper el vínculo y devolverle su verdadera esencia, pero el precio a pagar será alto».
# La oscuridad que acecha
Decidida a salvar a su hijo, la madre aceptó el trato propuesto por el ermitaño, sin saber las consecuencias de sus acciones. Aquella misma noche, en medio de un ritual oscuro y misterioso, el anciano invocó fuerzas más allá de la comprensión humana para enfrentar a la entidad que se había apoderado del niño.
Las sombras danzaban en torno a la choza del ermitaño, susurros ininteligibles resonaban en el aire cargado de magia negra. La madre observaba con el corazón en un puño, sintiendo cómo la oscuridad se cerraba a su alrededor, amenazando con devorarla si titubeaba en su determinación.
De pronto, en medio de la penumbra, una figura espectral se materializó frente a ellos. Era el niño de ojos vacíos, pero esta vez su mirada parecía albergar un destello de humanidad, un brillo de reconocimiento que hizo que la madre contuviera el aliento. La entidad que lo había poseído intentaba resistirse, retorciéndose en un último intento de retener a su presa.
# La redención en la sombra
Con un gesto firme y decidido, la madre se acercó al niño y lo abrazó con ternura, rompiendo las cadenas que lo mantenían prisionero de la oscuridad. El anciano entonó un canto ancestral, purificando el alma del niño y liberándolo de la maldición que lo había atormentado durante tanto tiempo.
El niño de ojos vacíos cerró los párpados lentamente, como si estuviera despertando de un sueño profundo, y cuando los volvió a abrir, una luz cálida y benevolente brillaba en su mirada. La madre lloró de alegría al ver a su hijo recuperado, sabiendo que habían enfrentado juntos al abismo y habían emergido victoriosos.
Pero en el silencio de la noche, cuando la luna se alzaba en lo alto y los árboles susurraban secretos antiguos, algunos habitantes del pueblo aseguraban seguir viendo al niño de ojos vacíos deambulando por los rincones más oscuros, su presencia aún envuelta en un halo de misterio y terror.
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El destino del niño de ojos vacíos quedó marcado por la sombra y la luz, por la redención y la condena. Su historia perduró en la memoria de aquel pueblo como un recordatorio de que en lo más profundo de la oscuridad siempre puede haber un destello de esperanza, una chispa de humanidad que lucha por abrirse paso.
Y así, entre el susurro del viento y el crujir de las ramas, la leyenda del niño de ojos vacíos se convirtió