El Niño Que Nunca Llegó A Casa

# Introducción: El camino hacia el desconocido

Desde hace décadas, en el pequeño pueblo de Silencio Eterno, circulaba una leyenda que erizaba la piel de sus habitantes al caer la noche. Se contaba que en la espesura del bosque cercano, un niño desapareció misteriosamente sin dejar rastro alguno. Su nombre era Gabriel, un chico de tez pálida y cabellos oscuros que había sido visto por última vez caminando de regreso a casa después de la escuela. Sin embargo, nunca llegó a su hogar.

# Nudo: Entre la oscuridad y el miedo

Los días pasaron y la sombra de la desaparición de Gabriel cubrió a Silencio Eterno con un manto de misterio y terror. Los padres del niño no cesaban en su búsqueda, recorriendo cada calle, interrogando a cada vecino en un intento desesperado por hallar alguna pista que los llevara hasta su amado hijo.

La gente del pueblo murmuraba entre susurros, apuntando con dedos acusadores a aquellos que ellos consideraban sospechosos. Algunos aseguraban haber escuchado risas infantiles en mitad de la noche, provenientes del bosque donde se decía que el espíritu de Gabriel aún vagaba en busca de su camino de regreso a casa. Otros afirmaban ver sombras moverse sigilosas entre los árboles, susurros ininteligibles susurrados por voces desconocidas.

Una noche, una madre preocupada se aventuró a adentrarse en el bosque en busca de su hijo desaparecido. Con una linterna en mano y el corazón latiéndole desbocado en el pecho, avanzó por senderos oscuros y retorcidos, sintiendo el peso de la oscuridad sobre sus hombros. El viento soplaba con fuerza, llevando consigo susurros que parecían pedirle que diera la vuelta, que no continuara su camino hacia lo desconocido.

# Desenlace: La verdad en la penumbra

Al final del sendero, la madre encontró algo que heló su sangre en las venas. En medio de un claro en el bosque, yacía una figura infantil, inmóvil y envuelta en sombras. Con un grito de angustia, corrió hacia ella, iluminando con la linterna el rostro pálido y los cabellos oscuros de aquel niño que tanto se parecía a Gabriel.

Sin embargo, cuando la luz reveló con claridad al niño, la madre contuvo el aliento al ver en sus ojos un brillo oscuro y maligno que no pertenecía a su hijo. Aquella figura infantil sonrió de manera siniestra, mostrando una hilera de dientes afilados y oscuros como la noche misma. Con voz que resonaba en la mente de la madre, dijo: «Soy el niño que nunca llegó a casa, el que ha sido consumido por las sombras del bosque».

La madre retrocedió horrorizada, dejando caer la linterna al suelo y dando media vuelta para huir de aquel lugar maldito. Mientras corría cegada por el terror, podía escuchar risas malévolas que seguían sus pasos, como si el bosque mismo se burlara de su desesperación. Al salir a la luz de la luna, se detuvo jadeante y miró hacia atrás, pero no había rastro alguno de la figura que había encontrado en el bosque. Solo el eco de su risa retumbaba en la noche, recordándole que en aquel lugar, la oscuridad acechaba en cada sombra.

Y así, la madre regresó a Silencio Eterno con el corazón lleno de dolor y la certeza de que el niño que nunca llegó a casa no era su hijo, sino algo mucho más oscuro y terrible que habitaba en las profundidades del bosque. La desaparición de Gabriel seguiría siendo un misterio sin resolver, una historia que se perdería en los susurros del viento y las sombras de la noche, para siempre atormentando a los habitantes de aquel pueblo donde el terror se ocultaba tras cada árbol y en cada rincón oscuro.

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