Introducción: El susurro del río oscuro
En las tierras olvidadas del pueblo de Dunwich, se escondía un secreto que perturbaba hasta los cimientos de la mente más valiente. Allí, entre bosques frondosos y montañas neblinosas, fluía un río conocido por los lugareños como «El río de los ahogados». La leyenda susurraba que aquel que se aventurara a cruzar sus aguas turbias nunca volvería a ser el mismo, pues algo oscuro acechaba en su lecho, esperando cobrarse nuevas almas.
Nudo: El llamado de las aguas malditas
Cuenta la historia que una joven llamada Elena, de espíritu inquieto y curiosidad insaciable, decidió desafiar al destino y adentrarse en los dominios del temido río. Atraída por la promesa de un tesoro oculto en sus profundidades, Elena se embarcó en una travesía llena de peligros y misterios. A medida que remaba rio abajo, los árboles parecían susurrarle advertencias al viento, pero su determinación era más fuerte que el miedo.
Una bruma espesa comenzó a rodearla, ocultando la luz del sol y sumergiéndola en una oscuridad casi palpable. El agua del río parecía tomar vida propia, agitándose con una furia inexplicable. Los ojos de Elena se abrieron desmesuradamente al escuchar risas siniestras que resonaban entre los árboles, como si las sombras mismas se burlaran de su audacia.
Desenlace: El eco de los condenados
Finalmente, Elena divisó una figura en la orilla del río, una silueta nebulosa que parecía aguardar su llegada con ansias retorcidas. Sin poder contener el estremecimiento que recorría su cuerpo, la joven decidió desembarcar y enfrentar su destino cara a cara. Con pasos vacilantes, se acercó a la figura, que se reveló como el espectro de un hombre anciano, con ojos vacíos y una sonrisa macabra.
«Has despertado a los durmientes, hija mía», susurró la voz del fantasma, haciendo eco en las paredes de la noche. «Ahora perteneces al río de los ahogados, donde las almas perdidas buscan redención en un abismo sin fin». Con un gesto ominoso, el anciano extendió su mano huesuda hacia Elena, quien sintió cómo su voluntad se desvanecía lentamente.
El río cobró vida a su alrededor, envolviéndola en sus aguas gélidas y arrastrándola hacia lo desconocido. En medio de la oscuridad, Elena alcanzó a distinguir rostros difuminados entre las sombras, susurros de desesperación que se mezclaban con el eco de los condenados. ¿Sería ella también una de esas almas atrapadas en la eternidad del río de los ahogados?
El misterio quedó suspendido en el aire, como una niebla densa que se negaba a disiparse. ¿Qué secretos guardaba aquel lugar maldito? ¿Qué destino aguardaba a quienes osaban desafiar sus aguas traicioneras? Solo el río sabía la verdad, un secreto antiguo que se perdía en las profundidades de su corriente letal.
Y así, entre susurros de lamentos y ecos de almas perdidas, la leyenda del río de los ahogados continuaba su danza macabra, alimentando el temor de aquellos que se atrevían a cruzar su umbral de oscuridad. La noche seguía su curso, y en lo más profundo de Dunwich, el río aguardaba con paciencia a nuevos intrépidos dispuestos a desafiar su furia indomable.