Introducción
La mujer de la ventana rota
Desde la primera vez que la vi, supe que algo no estaba bien con ella. Aquella casa antigua de paredes desconchadas y ventanas rotas siempre había permanecido en silencio, como si guardara un oscuro secreto en su interior. Pero fue el día en que la vi por primera vez, asomada a una de las ventanas rotas del segundo piso, cuando todo cambió.
Aquel rostro pálido y demacrado, con ojos vacíos que parecían mirar directamente hacia mi alma, me heló la sangre. ¿Quién era aquella mujer y qué hacía allí, en esa casa abandonada? Eran preguntas que empezaron a atormentarme, pero lo peor estaba por llegar.
Nudo
El susurro en la oscuridad
Cada noche, cuando caía el manto de la oscuridad sobre el vecindario, podía escucharla susurrar desde la ventana rota. Sus palabras, casi ininteligibles, resonaban en mi mente como un eco macabro. «Libérame», parecía repetir una y otra vez, como si estuviera atrapada en aquel lugar desde hacía siglos.
Decidí investigar más a fondo, ignorando las advertencias de los vecinos que aseguraban que aquella casa estaba maldita. Armado con una linterna y un valor que se desvanecía a cada paso que daba hacia la morada de la mujer de la ventana rota, me adentré en la penumbra de sus paredes desconchadas.
Cada habitación parecía contener un pedazo de su historia, una historia de dolor y sufrimiento que había quedado atrapada en el tiempo. Pero lo que más me inquietaba era la certeza de que la mujer de la ventana rota no era solo un espíritu errante, sino algo mucho más oscuro y siniestro.
Desenlace
El pacto en la penumbra
Encontré finalmente la habitación de donde provenían los susurros. Era una estancia pequeña y polvorienta, con muebles antiguos cubiertos por telarañas y un olor a podredumbre que se colaba por mis fosas nasales. En el rincón más oscuro de la habitación, la vi.
La mujer de la ventana rota estaba allí, de pie frente a mí, con una mirada suplicante en sus ojos vacíos. Sin decir una palabra, extendió su mano hacia mí, como si me implorara que la ayudara a salir de su prisión eterna. Fue entonces cuando comprendí la verdad, cuando supe que aquella casa no era solo un lugar maldito, sino un portal a un mundo más allá de nuestra comprensión.
Sin pensarlo dos veces, tomé su mano en la mía y sellamos un pacto en la penumbra. No sé qué consecuencias traerá consigo mi decisión, pero una cosa es segura: la mujer de la ventana rota ya no está sola en su oscuridad.
Y mientras escribo estas líneas, puedo sentir su presencia acechándome desde las sombras, recordándome que a veces, la curiosidad puede llevarnos más allá de lo que podemos imaginar.
¿Qué destino aguarda al que se atreva a desafiar lo desconocido? Esa es una pregunta que solo tú puedes responder, querido lector, porque la mujer de la ventana rota sigue allí, esperando en silencio a que alguien más se atreva a cruzar el umbral de su mundo.
Fin