La oscuridad se cernía sobre el pequeño pueblo de Pineda de la Luna, envolviendo sus calles empedradas y sus antiguas casas en un manto de misterio. En aquella noche sin luna, los habitantes se recogían temprano en sus hogares, presa del temor ancestral que parecía impregnar el aire.
En una de las casas más alejadas del centro del pueblo, vivía Clara, una joven que desde pequeña había sentido una extraña atracción por la luna y sus misterios. Todas las noches, antes de irse a dormir, se asomaba a la ventana de su habitación para contemplar su resplandor plateado y dejarse llevar por la melancolía que sus rayos le inspiraban.
Sin embargo, aquella noche algo parecía perturbar el habitual silencio de la Luna. Un suave murmullo se filtraba por la ventana entreabierta de la habitación de Clara, como si una presencia invisible intentara comunicarse con ella desde las sombras. La joven sintió un escalofrío recorrer su espalda y se acercó con cautela a la ventana, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
La silueta bajo la luna se hizo cada vez más nítida a medida que Clara se acercaba a la ventana. Una figura alta y esbelta se recortaba contra el pálido resplandor lunar, con los ojos brillantes y fijos en los de la joven. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Clara al reconocer en esa silueta unos rasgos familiares, pero distorsionados por una malevolencia insondable.
Con paso vacilante, Clara salió de su habitación y bajó las escaleras en dirección a la puerta principal. La silueta bajo la luna parecía seguirla en silencio, con una cadencia hipnótica que la joven no podía resistir. Al abrir la puerta, un soplo gélido de viento irrumpió en la casa, trayendo consigo un aroma a tierra húmeda y a musgo.
Sin dudarlo, Clara salió al exterior y siguió a la misteriosa figura por los senderos boscosos que rodeaban el pueblo. Bajo la luz mortecina de la luna, los árboles parecían cobrar vida propia, retorciéndose en formas grotescas y susurrando secretos ancestrales al paso de Clara y su misterioso acompañante.
Finalmente, la silueta se detuvo en un claro del bosque, donde la noche parecía más densa y opresiva que nunca. Clara se acercó con precaución, temiendo lo que pudiera encontrarse en ese lugar oculto a los ojos de los vivos. La figura se volvió hacia ella, revelando un rostro pálido y demacrado que reflejaba siglos de soledad y sufrimiento.
«Has respondido a mi llamado, joven Clara», susurró la figura con una voz que resonaba en la mente de la joven. «He aguardado durante siglos a alguien como tú, alguien que comprenda la verdadera naturaleza de la Luna y esté dispuesto a adentrarse en sus misterios más oscuros».
Clara sintió un estremecimiento recorrer su ser, pero en lugar de retroceder, se adentró aún más en la penumbra del claro. La figura extendió una mano esquelética hacia ella, ofreciéndole un pacto que sellaría su destino para siempre en las sombras de la noche eterna.
Y así, bajo la fría luz de la luna, Clara aceptó el oscuro pacto que la uniría para siempre a la silueta bajo la luna, convirtiéndose en la guardiana de sus secretos y en la protectora de sus terrores más antiguos. Desde entonces, su presencia se hacía sentir en las noches sin luna, susurrando sus misterios a aquellos que se atrevieran a escucharla y a adentrarse en los abismos de la Luna.
¿Qué destino aguarda a Clara en las sombras de la noche? ¿Qué oscuros secretos la vinculan a la silueta bajo la luna? Solo ella y la Luna conocen la verdad detrás del pacto sellado en la penumbra, una verdad que permanecerá oculta en los anales del tiempo, esperando a ser revelada por aquellos valientes que se atrevan a desafiar a la oscuridad.
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