La Sonrisa En El Reflejo

El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos. Era una noche oscura y fría, perfecta para sembrar el miedo en los corazones de quienes se aventuraban a adentrarse en lo desconocido. En un pequeño pueblo rodeado por densos bosques, se contaba la leyenda de «La sonrisa en el reflejo», una historia que helaba la sangre de aquellos que se atrevían a escucharla.

Los lugareños evitaban pasar por el antiguo manicomio abandonado que yacía en las afueras del pueblo, creían que en su interior habitaba una presencia maligna que acechaba a quien osara cruzar sus puertas. Sin embargo, un grupo de jóvenes inconscientes decidió desafiar el peligro y adentrarse en las ruinas en busca de emociones fuertes.

La luna brillaba en lo alto del cielo, iluminando débilmente el camino de los intrépidos jóvenes mientras se adentraban en las sombrías instalaciones del manicomio. El aire estaba cargado de un silencio inquietante, solo roto por el eco de sus propios pasos y el crujir de los viejos tablones bajo sus pies.

Entre risas nerviosas y bromas para disimular el miedo, los jóvenes avanzaban por pasillos oscuros y habitaciones desiertas. A medida que se adentraban más en el interior del lugar, una extraña sensación de opresión comenzó a apoderarse de ellos, como si una presencia invisible los observara desde las sombras.

Fue entonces cuando uno de ellos, Carlos, se detuvo bruscamente frente a un espejo polvoriento que colgaba torcido en una pared tapizada de humedad. Su reflejo parecía distorsionado, como si la superficie del espejo estuviera deformada de alguna manera. Intrigado, se acercó lentamente y observó su rostro con detenimiento.

Y fue entonces cuando lo vio.

Una sonrisa macabra se dibujaba en su propio reflejo, una expresión que él no había adoptado. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al percatarse de aquella perturbadora imagen, pero al mirar hacia atrás, no había nada detrás de él que pudiera provocar esa reacción en el espejo.

El resto del grupo se acercó alarmado, pero al mirar también sus propios reflejos, descubrieron con horror que todos mostraban la misma sonrisa siniestra, como si una fuerza desconocida se hubiera apoderado de sus reflejos y los manipulara a su antojo.

El pánico se apoderó de los jóvenes, que intentaron huir desesperadamente de aquel lugar maldito. Sin embargo, a cada paso que daban, sus reflejos los seguían, exhibiendo la misma sonrisa aterradora que los perseguía como una sombra implacable. Corrieron sin rumbo fijo, tropezando en la oscuridad y sintiendo cómo la locura los acechaba en cada esquina.

Finalmente, exhaustos y con el alma atormentada, llegaron al patio central del manicomio, donde una figura encapuchada los esperaba en silencio. Con un gesto lento, la figura alzó una mano y sus reflejos en el suelo comenzaron a moverse independientemente de ellos, como marionetas controladas por un titiritero invisible.

En un último acto desesperado, los jóvenes cerraron los ojos y se abrazaron entre sí, enfrentando juntos su destino incierto. Un grito desgarrador resonó en la noche, seguido de un silencio sepulcral que envolvió el manicomio en su manto de sombras.

Al amanecer, los lugareños encontraron el antiguo manicomio en ruinas, congelado en el tiempo y cubierto por un halo de misterio que nadie se atrevía a desvelar. Los jóvenes nunca fueron encontrados, y su desaparición se convirtió en otra de las leyendas que alimentaban el terror en el pueblo.

Y en los días siguientes, quienes se atrevieron a mirar sus propios reflejos en el espejo juraron ver una sonrisa siniestra asomando en la penumbra, recordándoles que en lo más profundo de la oscuridad, la locura acecha en cada rincón, esperando el momento adecuado para reclamar nuevas víctimas.

El miedo es solo una sombra que se alimenta de nuestro propio reflejo, recordándonos que en el abismo de la noche, la sonrisa en el reflejo puede ser el eco de la locura que nos consume lentamente en su abrazo eterno.

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