Había algo perturbador en el reflejo de aquel espejo antiguo que colgaba en la habitación de Sara. Cada vez que pasaba frente a él, una sensación de frío recorría su espalda, como si algo la observara desde el otro lado. Aquel reflejo no parecía ser el suyo; los ojos eran más oscuros, la sonrisa más siniestra. Pero Sara intentaba convencerse de que era solo su imaginación jugándole malas pasadas.
La sombra en el espejo
Sara acababa de mudarse a esa vieja casa heredada de su abuela, llena de recuerdos y antigüedades que parecían esconder secretos en cada rincón. La habitación donde estaba el espejo había sido siempre la favorita de su abuela, quien solía contarle historias de fantasmas y apariciones en las noches oscuras. Pero Sara no creía en esas tonterías, al menos hasta que se miró en el espejo y vio algo que la dejó helada.
Aquella noche, mientras se preparaba para dormir, notó que su reflejo en el espejo no coincidía con sus movimientos. Levantó la mano derecha, y en el reflejo levantaba la izquierda. Parpadeó varias veces, pensando que era un juego de luces o su mente jugándole una mala pasada. Pero el reflejo seguía desafiando sus gestos, como si tuviera vida propia.
La presencia invisible
A medida que pasaban los días, Sara comenzó a notar cambios en su comportamiento. Se volvía más irritable, más distraída, como si algo la estuviera influenciando desde ese maldito espejo. Las noches se tornaron inquietantes, con sueños perturbadores y una sensación de malestar constante. La sombra en el espejo parecía estar tomando forma, queriendo escapar hacia el mundo real.
Una tarde, Sara decidió investigar la historia detrás del espejo. Descubrió que había pertenecido a una mujer llamada Elena, quien había vivido en la casa hace muchos años y que, según los rumores del pueblo, había desaparecido misteriosamente sin dejar rastro. La conexión entre Elena y el reflejo en el espejo era cada vez más evidente, y Sara sabía que debía hacer algo antes de que fuera demasiado tarde.
La verdad en la penumbra
Decidida a acabar con la presencia maligna que habitaba en el espejo, Sara buscó la ayuda de un experto en lo paranormal. Juntos realizaron un ritual de limpieza en la habitación, tratando de sellar cualquier brecha entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Sin embargo, algo salió mal durante el proceso, y la oscuridad se apoderó de la habitación, envolviéndolos en un aura de terror.
En medio de la penumbra, Sara vio cómo el reflejo en el espejo cobraba vida propia, separándose de la superficie para materializarse frente a ella. Era Elena, con una mirada vacía y perturbadora que helaba la sangre. Con voz temblorosa, le reveló la verdad que había estado oculta durante tanto tiempo: ella era el reflejo perdido de Sara, una parte oscura de su ser que había estado esperando el momento adecuado para regresar.
La dualidad del alma
Entre lágrimas y sollozos, Elena le contó a Sara la historia de su muerte, de cómo había sido traicionada por aquellos en quienes confiaba y condenada a vagar en la oscuridad. Pero ahora, con el ritual roto, tenía la oportunidad de redimirse y encontrar la paz que tanto ansiaba. Sara comprendió entonces que aquella sombra en el espejo no era un enemigo, sino una parte de sí misma que había sido reprimida y olvidada.
Con un último suspiro, Elena se desvaneció en el aire, dejando a Sara sola frente al espejo, con el corazón lleno de emociones encontradas. Había descubierto la verdad sobre su pasado y la dualidad de su propia alma, enfrentándose a sus miedos más profundos y a la aceptación de quién realmente era. El reflejo en el espejo ya no la aterraba, sino que le recordaba que la luz y la oscuridad coexisten en cada uno de nosotros.
Conclusiones en la oscuridad
Sara decidió conservar el viejo espejo en su habitación, como un recordatorio de que la verdad puede ser tan perturbadora como liberadora. A partir de ese día, su vida tomó un nuevo rumbo, aceptando su dualidad y buscando la armonía entre sus luces y sombras. Aunque nunca más volvió a ver a Elena, sabía que su presencia seguiría acompañándola en los momentos de duda y soledad.
El reflejo que no era suyo había sido, en realidad, una parte esencial de su ser, una faceta olvidada que necesitaba ser reconocida y abrazada. Y aunque la noche seguía siendo oscura y llena de misterios, ahora Sara caminaba con paso firme, sabiendo que en la penumbra también podía encontrar la luz.