Introducción
En un pequeño pueblo rodeado de bosques densos y misteriosos, se escondía una leyenda que atemorizaba a todos sus habitantes. Se hablaba de «El niño que no parpadea», una figura enigmática que aparecía en las noches más oscuras, observando desde la distancia con sus ojos inquietantes y sin cesar jamás de parpadear. La historia se transmitía de generación en generación, y aunque muchos dudaban de su veracidad, nadie se atrevía a adentrarse en el bosque durante la noche, por temor a encontrarse con aquel niño sin parpadeo.
Nudo
Una noche especialmente sombría, Sofía, una joven valiente y curiosa, decidió desafiar a la leyenda y adentrarse en el bosque en busca de respuestas. Armada únicamente con una linterna y un corazón lleno de determinación, se internó en la espesura de los árboles, sintiendo cómo la oscuridad la envolvía como un manto gélido. Los crujidos de ramas bajo sus pies resonaban en la quietud de la noche, aumentando su nerviosismo a cada paso que daba.
De pronto, divisó una figura tenue entre los árboles, una silueta pálida y menuda que parecía observarla fijamente. Era el niño sin parpadeo. Sofía contuvo el aliento, sintiendo un escalofrío recorrer su espina dorsal. Sin embargo, en lugar de retroceder, se acercó lentamente, con una mezcla de temor y fascinación reflejada en sus ojos.
El niño permanecía inmóvil, con la mirada clavada en la de Sofía, sin parpadear ni una sola vez. Sus ojos eran como dos pozos negros que parecían absorber la luz de la linterna, provocando un estremecimiento en la joven. Sin pronunciar palabra, extendió una mano hacia ella, invitándola a seguirlo más adentro del bosque. Intrigada y con el corazón latiendo con fuerza, Sofía aceptó el extraño ofrecimiento y siguió al niño sin parpadeo hacia lo desconocido.
Desenlace
La caminata a través del bosque se volvió cada vez más surrealista para Sofía, quien se sentía como si estuviera atravesando un portal hacia otro mundo. Los árboles parecían cobrar vida a su paso, susurros misteriosos se escuchaban en el viento y una niebla espesa envolvía todo a su alrededor. El niño sin parpadeo la guiaba con seguridad, como si conociera cada rincón de aquel lugar encantado.
Finalmente, llegaron a un claro en el centro del bosque, donde una antigua casona se alzaba imponente y casi en ruinas. El niño sin parpadeo se detuvo frente a la entrada y señaló hacia el interior con gesto enigmático. Sofía cruzó el umbral con cautela, encontrándose con una escena que heló su sangre: en el centro de la sala yacía un espejo milenario, cubierto de polvo y desgastado por el tiempo.
Al reflejarse en el espejo, Sofía vio algo que la dejó sin aliento. En lugar de su propio rostro, se veía a sí misma como una anciana arrugada y desvalida, con los ojos apagados y la mirada perdida. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras el niño sin parpadeo se acercaba a ella lentamente, revelando una sonrisa siniestra en sus labios pálidos.
Entonces, en un parpadeo fugaz, el niño sin parpadeo desapareció de su vista, dejando a Sofía sola ante el espejo maldito. ¿Qué significaba aquella visión? ¿Acaso el niño sin parpadeo era un guardián de secretos antiguos o una entidad maligna que jugaba con la percepción de los intrépidos que osaban desafiarlo?
Sofía regresó al pueblo con más preguntas que respuestas, pero una cosa era segura: el niño que no parpadea seguía acechando en las sombras del bosque, esperando por su próxima presa. Y así, la leyenda continuaba viva, alimentando el miedo y la intriga en los corazones de aquellos que se aventuraban a desentrañar sus misterios.
El niño que no parpadea seguía siendo un enigma sin resolver, una sombra etérea que acechaba en la penumbra, listo para embaucar a aquellos que se atrevieran a desafiarlo. Porque en el mundo de lo desconocido, las verdades más aterradoras suelen ocultarse tras la mirada imperturbable de aquellos que no parpadean.