La Música Que Nunca Cesa

# Introducción: La Sinfonía de lo Desconocido

Era una noche oscura y lluviosa en la pequeña ciudad de Bellwood. Las calles estaban desiertas, iluminadas intermitentemente por los destellos de relámpagos que atravesaban el cielo. En el centro de la ciudad se erguía imponente el antiguo teatro, un edificio decrépito y abandonado que había sido testigo de innumerables historias macabras a lo largo de los años.

En ese teatro, se rumoreaba que habitaba un espíritu maligno que se manifestaba a través de una melodía siniestra, una música que nunca cesaba y que atormentaba a aquellos que se aventuraban a adentrarse en sus oscuros pasillos. Nadie sabía de dónde provenía esa música ni quién la tocaba, pero su presencia era palpable en el aire, envolviendo el teatro en una aura de misterio y terror.

# Nudo: La Danza de las Sombras

Un grupo de valientes jóvenes, desafiando las advertencias de los lugareños, decidió explorar el teatro en busca de la verdad detrás de la música que nunca cesaba. Entre ellos se encontraba Lucía, una chica intrépida y curiosa que no podía resistirse al llamado de lo desconocido.

Al adentrarse en el teatro, fueron recibidos por una atmósfera opresiva y lúgubre. El crujir de las tablas podridas bajo sus pies resonaba en la penumbra, mientras que un suave susurro parecía susurrarles al oído. Sin embargo, lo que más perturbó a los jóvenes fue el sonido de un violín que resonaba en lo más profundo del edificio, una melodía triste y desgarradora que parecía emanar de las sombras mismas.

Intrigados y aterrados a partes iguales, los jóvenes siguieron el sonido del violín hasta llegar a una sala de espectáculos cubierta de polvo y telarañas. En el escenario, iluminado por una luz mortecina, se encontraba un violinista encapuchado, cuyos dedos delgados danzaban sobre las cuerdas con una destreza sobrenatural.

# Desenlace: El Eco del Silencio

La música llenaba la sala, envolviendo a los jóvenes en su hechizo hipnótico. Sin embargo, conforme la melodía avanzaba, algo comenzó a sentirse mal. Un escalofrío recorrió la espalda de Lucía, quien percibió un aura de malicia en la música que resonaba en sus oídos.

De repente, el violinista detuvo su interpretación y levantó la vista hacia los intrusos. Sus ojos vacíos brillaban con una luz sobrenatural, y una sonrisa retorcida se dibujó en su rostro pálido. Con un gesto elegante, extendió una mano esquelética hacia ellos, invitándolos a unirse a su macabra sinfonía.

Lucía y sus amigos retrocedieron horrorizados, sintiendo cómo la habitación giraba a su alrededor. La música se intensificaba, convirtiéndose en un torbellino de sonidos discordantes que amenazaban con arrastrar sus almas hacia las profundidades de la locura.

En un acto desesperado, Lucía cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas, rompiendo el hechizo que los aprisionaba. Cuando abrió los ojos de nuevo, el teatro estaba en silencio, el violinista y la música habían desaparecido, dejando tras de sí solamente el eco del silencio.

Los jóvenes huyeron del teatro, con el corazón latiendo a mil por hora y la certeza de que habían presenciado algo que escapaba a toda lógica y razón. A partir de ese día, la música que nunca cesa se convirtió en una leyenda más en la historia de Bellwood, una historia que nadie se atrevía a desafiar.

El teatro permaneció en silencio, envuelto en su propio misterio, esperando a que alguna otra alma valiente se atreviera a desentrañar los secretos que se escondían tras sus paredes descascaradas.

Y así, la música que nunca cesaba continuó su eterna sinfonía en las sombras, recordándole al mundo que hay cosas que nunca deberían ser despertadas de su letargo ancestral.

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