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La sonrisa en la penumbra
Era una noche lluviosa y oscura, el sonido de las gotas golpeando las ventanas creaba una atmósfera de misterio en la vieja casa de campo donde se refugiaban Ana y su hermano Marcos. Habían llegado allí huyendo de una tormenta repentina que los sorprendió en medio del bosque. La cabaña parecía abandonada hacía años, pero era mejor que permanecer a la intemperie en medio de aquella tempestad.
Ana encendió la chimenea y trató de calentar sus entumecidos huesos. Marcos, por su parte, revisaba los rincones oscuros con una linterna en busca de algún rastro de vida en aquel lugar desolado. De repente, un escalofrío recorrió la espalda de Ana al escuchar una risa tenue y siniestra que parecía venir de afuera. Sin embargo, al asomarse por la ventana, solo veía la lluvia caer sin cesar.
El eco de la risa perdida
Una vez dentro de la cabaña, Ana y Marcos intentaron olvidar la extraña risa que los había perturbado en la noche. Sin embargo, cada vez que cerraban los ojos, parecían escucharla susurrando en sus oídos. Aquella risa no era normal, tenía un tono macabro y perturbador que les helaba la sangre.
Durante la siguiente noche, mientras la lluvia seguía su danza interminable en el techo de zinc, Ana despertó sobresaltada. Al mirar hacia la ventana, vio una figura borrosa bajo la lluvia, riendo con deleite mientras la observaba desde la oscuridad. Trató de despertar a Marcos, pero él seguía sumido en un sueño profundo. La figura desapareció tan rápido como había aparecido, dejando a Ana con el corazón acelerado y un frío intenso en el núcleo de sus huesos.
La risa en la lluvia se volvió el tema de conversación entre los hermanos, pero ninguno de ellos quería admitir lo que estaban presenciando. La presencia invisible que los acechaba parecía estar jugando con ellos, torturándolos con su risa maligna que resonaba en la noche.
Susurros en la tormenta
La última noche en la cabaña fue la más aterradora de todas. La lluvia arreciaba con fuerza y el viento ululaba como un lamento en busca de consuelo. Ana y Marcos estaban reunidos frente a la chimenea, tratando de mantener la calma mientras el fuego crepitaba en la penumbra.
De repente, la puerta se abrió de par en par, dejando entrar una ráfaga de viento frío que apagó las llamas de la chimenea. En la oscuridad, Ana alcanzó a vislumbrar una silueta difusa que se acercaba lentamente hacia ellos, emitiendo la misma risa siniestra que habían escuchado en las noches anteriores.
Marcos se levantó de un salto y trató de encender una vela, pero la llama se extinguía antes siquiera de brillar. La risa se intensificaba, resonando en las paredes de la cabaña con una fuerza sobrenatural. Ana sintió el pánico invadir cada poro de su piel, sabiendo que algo terrible estaba a punto de suceder.
De repente, la figura se detuvo frente a ellos, revelando un rostro demacrado y ojos vacíos que brillaban con una luz sobrenatural. La risa cesó de golpe, dejando un silencio sepulcral en la habitación. La figura extendió una mano huesuda hacia Ana y susurró con voz cavernosa: «La risa en la lluvia nunca se detendrá, porque yo soy su eco eterno».
Antes de que pudieran reaccionar, la figura se desvaneció en el aire, dejando tras de sí solo el eco de su risa macabra que se perdió en la tormenta. Ana y Marcos salieron corriendo de la cabaña, sin voltear atrás, sabiendo que habían sido testigos de algo que nunca podrían explicar racionalmente.
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Con el terror aún latiendo en sus venas, Ana y Marcos se alejaron de la cabaña en ruinas, preguntándose si alguna vez lograrían olvidar la risa en la lluvia que había marcado sus vidas para siempre. Y así, entre susurros en la tormenta, la verdad se perdió en la oscuridad de aquella noche eterna. ¿Qué misterios aguardan en las sombras de la lluvia? Solo aquellos valientes o insensatos que se atrevan a adentrarse lo descubrirán.