# Introducción: La leyenda del bosque de los ahogados
En lo más profundo de la región montañosa se encontraba un bosque envuelto en una oscuridad perpetua, conocido por los lugareños como el Bosque de los Ahogados. La leyenda que lo rodeaba era tan antigua como inquietante, pues se decía que las sombras que moraban entre sus árboles eran las almas perdidas de aquellos que habían perecido en sus aguas turbias y envenenadas.
# Nudo: El susurro de las aguas malditas
Una joven llamada Elena había escuchado historias sobre el Bosque de los Ahogados desde que era una niña, pero su curiosidad siempre fue más fuerte que su miedo. Decidida a descubrir la verdad detrás de los susurros que se escuchaban en las noches de luna llena, se aventuró en solitario hacia el corazón del bosque. El crujir de las ramas bajo sus pies resonaba ominosamente a su alrededor, mientras el viento parecía llevar consigo lamentos y lúgubres susurros.
Elena avanzaba con determinación, iluminando su camino con una linterna temblorosa. La maleza parecía cerrarse a su paso, como si el bosque mismo intentara detenerla en su búsqueda de respuestas. Pronto llegó a una zona donde el hedor a podredumbre era casi insoportable, y pudo escuchar el murmullo de un arroyo cercano. Siguiendo el sonido, descubrió un claro cubierto por una espesa niebla que se deslizaba por el suelo como dedos fantasmales.
En el centro del claro se alzaba un antiguo pozo de piedra, cuya agua reflejaba una luz verdosa y siniestra. Al acercarse, Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si las almas atrapadas en ese lugar la observaran con ojos vacíos y acusadores. De repente, el agua comenzó a agitarse violentamente, como si algo intentara emerger desde las profundidades del pozo.
# Desenlace: El susurro eterno del Bosque de los Ahogados
En un instante de pánico, Elena retrocedió, pero ya era demasiado tarde. Una figura amorfa y retorcida se alzó desde el pozo, emitiendo un grito desgarrador que perforó el silencio de la noche. Sus ojos sin pupilas brillaban con una luz mortecina, y su voz resonaba en la mente de Elena como un eco de ultratumba.
«¡Aquellos que se adentran en el Bosque de los Ahogados nunca volverán a ver la luz del día! ¡Sus almas están condenadas a vagar eternamente entre las sombras, arrastradas por las aguas malditas que los consumieron en vida!»
Elena sintió el terror helar sus huesos mientras la figura se desvanecía lentamente en la niebla, dejándola sola y temblando en la oscuridad. Con el corazón palpitante, emprendió el camino de regreso, con la certeza de que había despertado fuerzas oscuras que no debían ser perturbadas.
Desde aquel día, el Bosque de los Ahogados se convirtió en un lugar prohibido, evitado por todos aquellos que temían caer presa de su influencia maligna. Sin embargo, las historias sobre sus misterios y peligros persistieron, alimentando la curiosidad y el temor de quienes se atrevían a acercarse a sus oscuros confines.
Y así, el susurro eterno del Bosque de los Ahogados continuó resonando en la noche, recordando a todos que en sus sombras acechaba un mal ancestral que aguardaba pacientemente a quienes se aventuraran en sus dominios.