Introducción: La sombra en la oscuridad
En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y tinieblas, corría el rumor de un hombre temido por todos. Se le conocía como «El hombre que nunca duerme», un ser misterioso que deambulaba sin descanso por las calles, siempre cubierto por una capa oscura que ocultaba su rostro. Se decía que sus ojos brillaban con una luz sobrenatural y que sus pasos resonaban como un eco siniestro en las noches sin luna.
Nudo: El rastro de la locura
Una joven llamada Sofía, intrépida e inquieta por naturaleza, decidió desafiar al destino y adentrarse en los recónditos callejones del pueblo en busca de respuestas sobre aquel enigmático ser. Sus amigos la miraban con recelo, advirtiéndole sobre el peligro que acechaba en cada esquina, pero Sofía estaba decidida a descifrar el misterio detrás de «El hombre que nunca duerme».
Noche tras noche, se adentraba en las sombras, siguiendo el rastro de pisadas que parecían guiarla hacia lo desconocido. El viento siseaba entre los árboles, llevando consigo susurros inquietantes que provocaban escalofríos en la piel de la joven. Sin embargo, su determinación era más fuerte que el miedo, y continuaba su búsqueda sin vacilar.
Desenlace: Entre la vigilia y el sueño eterno
Finalmente, una fría noche de luna llena, Sofía vislumbró una figura encapuchada que se deslizaba con sigilo por los callejones empedrados. Sin dudarlo, se acercó con paso decidido, despojando al enigmático hombre de su capa oscura. Lo que vio la dejó sin aliento: un rostro pálido y demacrado, con ojos cansados que parecían reflejar un tormento eterno.
«¿Quién eres?» susurró Sofía, temblando de emoción y temor.
El hombre la miró fijamente, sus labios entreabiertos pronunciaron una sola palabra: «Insomnio».
En ese instante, Sofía comprendió la verdad que se escondía tras aquel ser atormentado. Era un alma perdida en la frontera entre la vigilia y el sueño, condenada a deambular por la eternidad en busca de un descanso que nunca llegaría. Un suspiro melancólico escapó de sus labios mientras se desvanecía en la oscuridad, dejando a Sofía sola con sus pensamientos turbios.
Desde entonces, la joven nunca olvidaría aquella noche, preguntándose si alguna vez volvería a cruzarse con «El hombre que nunca duerme» o si su encuentro fue solo un sueño fugaz en la neblina de la realidad.
El misterio perduraría en las mentes de los habitantes del pueblo, recordándoles que, en las sombras más profundas, acechaba la locura y la soledad de aquel que nunca hallaría el descanso eterno.
Y así, la leyenda de «El hombre que nunca duerme» se mantendría viva, susurrada en susurros temblorosos en las noches más oscuras, alimentando el miedo y la fascinación por lo desconocido. Un enigma sin resolver en un mundo donde la línea entre la realidad y la ficción se desdibuja en la penumbra de la noche.