El niño en la oscuridad
La noche caía sobre el pequeño pueblo de Dardenia, envolviendo cada rincón con su manto oscuro y silencioso. En una antigua casona ubicada en las afueras, la familia Gómez se preparaba para una velada apacible. Sin embargo, lo que desconocían era que un oscuro secreto acechaba en las sombras, esperando emerger y perturbar sus vidas para siempre.
La presencia enigmática
Era una noche como cualquier otra cuando los Gómez escucharon por primera vez los susurros en los pasillos de su hogar. Al principio, pensaron que eran solo el eco de la brisa nocturna penetrando por las grietas de la vieja casa. Pero conforme pasaban las noches, los murmullos se hicieron más persistentes, más inquietantes.
Un día, la hija menor de la familia, Sofía, comenzó a mencionar a un niño que veía en su habitación durante la noche. A pesar de los intentos de sus padres por tranquilizarla, Sofía insistía en que el niño pálido y desaliñado se le aparecía en las sombras, observándola con ojos vacíos y helados.
Los Gómez atribuyeron las visiones de Sofía a su imaginación infantil, hasta que una noche, mientras merodeaban por la casa en busca de respuestas, escucharon un suave llanto proveniente del sótano. Con paso tembloroso, descendieron hacia las profundidades de la casona, donde una puerta olvidada los aguardaba en la penumbra.
Al abrir la puerta, una fría brisa gélida los recibió, acompañada de un débil resplandor proveniente de una vela encendida en medio de la oscuridad. Y en la tenue luz, pudieron verlo: al niño en la oscuridad, de aspecto etéreo y mirada perdida, susurros de agonía escapando de sus labios sellados.
La verdad oculta
Con el corazón en un puño, los Gómez contemplaron al niño en la oscuridad, sintiendo cómo el terror los abrazaba con sus heladas manos. El pequeño ser los observaba con una intensidad perturbadora, como si guardara un mensaje insondable en sus ojos sin vida.
Sin emitir palabra, el niño extendió una mano huesuda hacia ellos, invitándolos a acercarse. Paralizados por el miedo y la curiosidad, los Gómez avanzaron lentamente hacia la figura enigmática, sintiendo cómo la presencia del niño los envolvía en una neblina de desconcierto.
Y justo cuando creían haber alcanzado el límite entre la realidad y la pesadilla, el niño en la oscuridad se desvaneció ante sus ojos, dejando tras de sí solo la vela titilante y un eco lejano de risas infantiles desvaneciéndose en la noche.
Los Gómez nunca volvieron a experimentar la presencia del niño en la oscuridad, pero su recuerdo perduraría en sus sueños y sus pensamientos, recordándoles que en las sombras más profundas yace un misterio sin resolver, aguardando pacientemente su próxima víctima.
Así, la historia del niño en la oscuridad se convirtió en un susurro escalofriante que se transmitía de generación en generación, recordando a todos que la oscuridad guarda secretos insondables que solo aquellos valientes o temerarios se atreven a descubrir.
Con esta revelación aún flotando en el aire, los Gómez cerraron la puerta del sótano, conscientes de que algunas verdades son mejor dejarlas sepultadas en las sombras, donde pertenecen, antes que desenterrarlas y enfrentar las consecuencias de desafiar lo desconocido.
Este fue el legado del niño en la oscuridad, una historia de terror y misterio que perduraría en la memoria de aquellos que osaran adentrarse en las profundidades de lo prohibido, marcando sus vidas con una sombra imborrable que los perseguiría hasta el fin de sus días.