Era una noche oscura y tormentosa en el pequeño pueblo de Valdemar. Las calles estaban desiertas, iluminadas únicamente por la luna llena que brillaba en lo alto del cielo. En una humilde casa al borde del bosque vivía una familia atormentada por una maldición que los había perseguido durante generaciones.
En esa casa habitaba un niño llamado Mateo, un pequeño de ocho años con ojos oscuros y profundos que parecían penetrar en el alma de quien lo mirara. Lo peculiar de Mateo era que nunca dormía. Desde que había nacido, sus padres notaron que el niño nunca cerraba los ojos, siempre alerta, como si estuviera esperando algo en la oscuridad de la noche.
Los lugareños susurraban que Mateo estaba poseído por algún espíritu maligno que lo mantenía despierto eternamente. Sin embargo, sus padres se aferraban a la esperanza de encontrar una explicación lógica a la extraña condición de su hijo. Pero en el fondo, sabían que algo siniestro se cernía sobre ellos.
Una noche, mientras todos en la casa dormían, excepto Mateo que permanecía despierto en su habitación, el pequeño sintió una presencia extraña a su alrededor. Una sombra se movía en las paredes de su cuarto, susurrando palabras ininteligibles que helaban la sangre del niño. Mateo, paralizado por el miedo, observaba cómo la sombra tomaba forma frente a él, tomando la figura de un ser demoníaco con ojos de fuego.
El niño quiso gritar, pero ninguna voz salía de su garganta. La sombra se acercaba lentamente hacia él, susurros malévolos llenando la habitación. Mateo cerró los ojos con fuerza, esperando que todo fuera una pesadilla de la que pronto despertaría. Sin embargo, al abrir los ojos, la sombra seguía allí, más cerca que antes.
En ese momento, Mateo sintió una mano fría posarse sobre su hombro, haciéndolo temblar de terror. Sabía que no podía escapar de aquella presencia maligna que lo acechaba en la oscuridad de su propia habitación.
Justo cuando la sombra estaba a punto de envolver por completo a Mateo, una luz brillante inundó la habitación, ahuyentando a la entidad maligna. El niño se encontró solo, bañado en sudor y temblando de miedo. Sabía que aquella noche no sería la última vez que la sombra intentara llevarlo consigo al abismo.
Con el correr de los días, Mateo empezó a experimentar visiones y pesadillas cada vez más intensas. La sombra lo seguía a todas partes, susurros en la oscuridad que solo él podía escuchar. Finalmente, una noche, en un acto desesperado, el niño decidió enfrentar a la sombra que lo atormentaba desde su nacimiento.
En un rincón oscuro de su habitación, Mateo se sentó frente a la sombra y le habló con voz firme. Le ofreció un trato a cambio de su paz, una promesa que cambiaría su destino para siempre. La sombra, intrigada por la valentía del niño, aceptó el pacto y desapareció en la oscuridad, dejando a Mateo solo en su habitación.
Desde entonces, Mateo volvió a dormir, sus ojos finalmente cerrándose en un sueño profundo y reparador. Sin embargo, las marcas de aquella noche quedaron grabadas en su memoria para siempre, recordándole que en la oscuridad también puede encontrarse la luz.
El misterio que rodeaba al niño que nunca dormía perduró en la memoria de los habitantes de Valdemar, convirtiéndose en una leyenda que se transmitiría de generación en generación. Algunos afirmaban que Mateo había sellado un pacto con lo desconocido, mientras que otros creían que la sombra había encontrado finalmente la redención en la inocencia de un niño.
Y así, la historia del niño que nunca dormía continuó su curso en los anales del terror, una advertencia silenciosa de que en las sombras más profundas puede ocultarse la verdad más aterradora de todas. ¿Qué destino aguardaba a Mateo tras aquel pacto con la oscuridad? Solo el tiempo lo revelaría, en un ciclo eterno de noche y misterio que nunca llegaría a su fin.